Silencio

Silencio

Rubén García Mateo
Lunes, 28 de Octubre de 2019
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Dime donde convergen tus pensamientos olvidados, tus sueños marchitos y alegrías sepultadas bajo el peso del disimulo de ilusiones rotas.

Cuéntame que buscas en el horizonte perdido de tu mirada ausente, de tus labios tibios y abandonados, de tu alma apagada por tempestades pasadas.

Dedícame aunque sea un silencio que me invite a rescatarte, y no verme obligado a arrastrar el peso muerto de tu ser más profundo e inerte, casi como una roca a ojos cerrados… pero casi más cerca de un enorme y pesado fajo de flores sin vida anudadas en un extremo de la soga con la que te ahorcas por dentro.

El desierto que deja el demoledor paso del olvido es tan duro como el sendero de lava que traza cada recuerdo hiriente, el uno erosionando tu vida en frío, y el último invadiéndote enérgico por dentro calcinando cada brillante anhelo.

Regálame una mirada que espere al menos ser devuelta, un tímido destello que arroje la duda de que quizás no quieras perder, un ápice de empuje en tu calma interior revuelta, pero retorcida y quieta como un puñado de hierros entrelazados, abandonados y oxidados por el tiempo.

Deja de declarar la guerra contra ti cada día en una batalla ya sin supervivientes, en la que ganar significa perder y ninguna bandera ondeará adornando una victoria; deja de mentirte para alimentar tu ansia de batalla incesante, pues la autodestrucción solo conduce a desiertos y lava, a vacíos escarpados sin llenar, a cubas… rebosantes hasta arriba de vacío.

De nada sirve preocuparse por estar atrapada en la ilusión de cómodos muros que te cobijan y te arrastran, una y otra vez, pared contra pared, si cuando miras al amplio horizonte tus pies permanecen anclados al suelo, entretenida entre fiestas y bambalinas mentales creadas para no querer bajar la mirada. Quizás acabes olvidando que tienes pies, quizás acabes olvidando que te tienes a ti, quizás acabes olvidando… que no solo se muere por dejar de pensar, sino que se puede estar muerto en vida dejando de sentir, quizás ya no te quede nada… en lo que recrearte volviendo a olvidar.

Permite mi paso a tus catedrales abandonadas, a tus llanuras con ríos secos, a tus desiertos… a tus valles… a la amplitud donde los gritos de tú silencio no pueden resonar con eco. ¡Permite mi paso te ruego! arrodillado ante la templanza de guardianes que no saben lo que guardan ni qué hacen ahí… ante el abismo de tus encantos dormidos… ante la cremallera por abrir de una pesadilla alimentada en cada bucle.

Sólo una señal te pido, permite mi paso… por favor, y deja que plante la semilla de un sueño que crezca como una enredadera, que transforme el marrón de la arena en verde, y el rojo de la sangre vertida en cada volcán por lagos azules; que las vidrieras de las catedrales que albergan cada uno de tus tesoros olvidados proyecten sobre el suelo sus colores.

Cierra los ojos y permite confiada mi paso, permite que sople al menos sobre el polvo acunado en cada rincón, que aparte la bruma de silencio que encadena como una telaraña cada parte de ti.

Préstame la llave, con cansado bostezo si quieres, te la devolveré y me iré después si lo deseas, soplaré cada grano de arena en tu desierto, y visitaré los jardines de los que reniegas y dónde solo tú ves piedras… deja que aparte con mimo las cortinas que bañan en sombras tu valor, tu dignidad, tus sueños…

Me conformaré con una leve sonrisa y brillo en tus ojos tras mi visita, aunque me marche, aunque no esté… y si algún día caigo yo también por el precipicio de mi propio olvido… lo teñiré todo con el recuerdo de ese gesto en tu rostro para volver a salir.

Autor original:
Rubén García Mateo